¿Por qué me dan la opinión sobre mí si no la pido? 

En nuestra vida cotidiana, hay una práctica tan común que muchas veces pasa desapercibida: la costumbre de opinar sobre los demás sin que nadie lo haya pedido. Puede venir de una madre, una suegra, una vecina o incluso de una persona desconocida. A menudo, lo hacen con la mejor intención. Pero la intención no siempre justifica el impacto.

Durante mucho tiempo, también yo normalicé este tipo de comentarios. No sabía exactamente por qué me incomodaban, pero algo no encajaba. Más tarde comprendí que detrás de esas frases aparentemente inocentes, se esconde una forma de invasión emocional y personal que, en muchos casos, puede herir profundamente.

Cuando el cuerpo se convierte en tema de conversación

Frases como “cómo te has engordado” o “te veo más delgada, qué bien” siguen muy presentes en nuestra cultura. Lo que muchas veces se dice como un cumplido, en realidad puede ser un detonante para quien lo recibe. Porque, ¿qué sabemos realmente sobre la historia detrás de ese cambio físico?

Tal vez esa persona adelgazó por enfermedad, ansiedad o tristeza. Tal vez subir de peso fue parte de un proceso de sanación. Opinar sobre el cuerpo ajeno, incluso desde el cariño, es un acto cargado de suposiciones. Y por lo general, no somos conscientes del efecto que puede tener en la autoestima del otro.

No es solo el cuerpo: también opinamos sobre la forma de vestir, de actuar o de sentir

Más allá del físico, hay comentarios que juzgan la manera de ser, de saludar, de reaccionar ante una situación. A veces sugerimos cómo deberían comportarse los demás, como si nuestras ideas fueran universales. Pero la realidad es que cada persona tiene su propio marco de referencia, su historia, sus valores y creencias.

Opinar desde fuera, sin conocer el contexto, implica una forma de superioridad encubierta: la idea de que uno sabe lo que está bien, mientras que el otro se equivoca. Esto no solo es injusto, sino que puede erosionar la confianza, la autenticidad y el vínculo con el otro.

¿Por qué lo hacemos?

La raíz está en la educación, en la cultura, en un sistema que nos ha enseñado a mirar, comparar y juzgar. Muchas veces, lo hacemos sin malicia, incluso sin darnos cuenta. Pero eso no quita responsabilidad. Porque todo juicio tiene un impacto, aunque sea silencioso.

Revisar esta tendencia es incómodo, pero necesario. No para culparnos, sino para crecer y aprender nuevas formas de relacionarnos.

Una invitación a mirar con más empatía

Antes de emitir un juicio, de lanzar una opinión o hacer un comentario sobre alguien, podemos detenernos un instante y preguntarnos:
¿Esto ayuda? ¿Es necesario? ¿Es respetuoso?

Si la respuesta es no, quizás sea mejor guardar silencio.
El silencio, a veces, también es un acto de amor.

Imaginemos una sociedad donde las personas no se sientan juzgadas por su cuerpo, su estilo de vida o sus decisiones. Donde podamos convivir desde la diferencia, el respeto y la empatía. Ese mundo empieza en cada uno de nosotros.

Conclusión: opinar menos y comprender más

Este texto no busca señalar ni imponer una verdad. Solo propone una pausa para reflexionar sobre una costumbre profundamente arraigada y sus consecuencias.

Quizás si hablamos menos y observamos más, podamos construir relaciones más sanas, libres y respetuosas.
Porque cada ser humano merece ser visto en su totalidad, no reducido a una opinión.

Espero que te aporte. Es tan sólo mi opinión 😉 

Un abrazo, 

Marta