Vivir desde el cuerpo

Durante mucho tiempo, el discurso mayoritario nos ha transmitido que cuerpo y mente son algo separado. Nada más lejos de la realidad. El cuerpo forma una unidad inseparable, no sólo con nuestra parte más racional (el pensamiento), sino también con la emocional.

Además, dentro de muchas sociedades (incluida la nuestra), hay una tendencia clara a controlar todo lo relacionado con el cuerpo: los olores, las expresiones, los deseos, el cansancio, sus síntomas, su postura, su rendimiento… Esto es algo que observo una y otra vez, no solo en mi trabajo como terapeuta, sino también en mi vida personal, comprobando lo nocivo que puede llegar a ser.

Teniendo en cuenta estos aspectos, he ido construyendo mi propia manera de hacer terapia y de moverme en lo cotidiano, haciendo del vivir desde el cuerpo una premisa esencial. Pero vivir desde él de una manera concreta: amable y respetuosa.

Con este artículo, me gustaría compartir algunas conclusiones que he ido sacando al respecto y, si me lo permites, algunas recomendaciones.

No tenemos un cuerpo, somos un cuerpo

De entrada, creo que es necesario remarcar que no tenemos un cuerpo, como quien tiene una chaqueta y se la cambia según la ocasión, como una herramienta que se usa y se descarta, como una cosa. Somos un cuerpo. Existimos materialmente a través de él, y a lo largo de nuestra vida, en el cuerpo se va grabando nuestra propia historia, personal e intransferible.

Las experiencias traumáticas, los accidentes, las lágrimas derramadas y las alegrías desbordantes quedan inscritas en nuestra postura, en nuestros gestos y en nuestra manera de movernos. Por ejemplo, si la vida nos golpeó fuerte, es probable que nuestro cuerpo lo manifieste en forma de encogimiento postural o a través de una firmeza artificial, como un mecanismo de compensación.

Los conflictos psicológicos se expresan en el cuerpo

Los conflictos que tenemos en el terreno, a veces difuso, de lo psicológico, se manifiestan en el cuerpo. Y lo hacen con claridad, aunque no siempre seamos capaces de percibirlo. Pero eso puede cambiar si entrenamos una mirada corporal, aprendiendo a vernos desde ahí, no solo a nosotros mismos, sino también a los demás.

No me refiero únicamente al lenguaje corporal (que estuvo de moda un tiempo), sino a una mirada más profunda, que alcanza no solo gestos y posturas, sino también otros aspectos, como las somatizaciones.

Somatizar, para mí, significa hacer cuerpo lo interno. Podemos somatizar con un dolor recurrente, debilitándonos inmunológicamente o de las maneras más creativas que puedas imaginar. Porque lo que necesita salir, va a salir. Y el cuerpo es un papel en blanco donde nuestro interior se refleja.

Si no quiero ver mi libido crecer en el campo de lo normativo, encontrará su manera de expresarse.
Si no puedo poner límites conscientemente, mi cuerpo me los pondrá de alguna forma.

Vivir desde el cuerpo es estar en el presente

No hay mejor manera de estar presente que estar en el cuerpo. En ese presente material habita nuestra emoción, pero también nuestras necesidades. Si no escuchamos sus mensajes, la balanza se inclina hacia el pensamiento.

Pienso que no me puedo enfadar en el trabajo.
Pienso que no puedo dejar que mi sensibilidad masculina aflore en mis gestos.
Pienso que no puedo llorar delante de nadie.
Pienso que soy un guerrero y que nada ni nadie me va a vencer…

Pero cuando se vive desde el cuerpo —no desde el cuerpo competidor, sino desde el cuerpo como tal— todos estos pensamientos se matizan con una nueva y rica información.

Una información que nos conecta con un tiempo anterior al lenguaje, con nuestro niño o niña interior. Una información que nos habla de nuestra fragilidad, que, una vez reconocida, nos hace más completos y, paradójicamente, más fuertes.

El cuerpo habla: posturas y emociones

Por esa idea de unidad que comentaba más arriba, la emoción se expresa a través del cuerpo. La cara es el espejo del alma, ya lo sabes. Pero no solo la cara: cada parte de tu cuerpo, su movimiento y su configuración expresan una emocionalidad interna.

De hecho, se podría decir que cada emoción tiene su propia plástica corporal. ¿No te ha pasado que, sin saber cómo, intuyes que a alguien le ocurre algo?

Esa es la mirada corporal, una habilidad que todos tenemos, pero que solemos perder por falta de atención.

Otro aspecto importante es la postura, nuestra manera única de estar en el mundo. No siempre se mantiene igual en el tiempo, ni en todos los contextos, pero sí tiene una marcada tendencia a repetirse.

Observarla nos ayuda a ver cómo nos situamos en la vida.
¿Escondes tu pecho?
¿Bajas la cabeza?
¿Caminas de puntillas?
¿Dejas que tu pelo cubra tu rostro con una leve inclinación hacia un lado?

Hacernos conscientes de nuestra postura nos abre la posibilidad de generar un cambio. No solo un cambio de actitud o de pensamiento, sino también un cambio corporal.

El trabajo corporal en terapia

En terapia, no siempre es posible trabajar desde un enfoque corporal (por diferentes motivos que no explicaré aquí), pero cuando se hace, los cambios suelen ser más rápidos, profundos y duraderos.

Trabajar desde el cuerpo nos permite saltarnos los filtros y distorsiones que a veces pone el pensamiento. Un claro ejemplo de esto es el sobrepensar en bucle.

Cuando entramos en estos bucles, los pensamientos suelen estar teñidos por una emoción que no nos permitimos sentir en el cuerpo. Irnos al cuerpo en estos casos nos ayuda a romper ese círculo vicioso y a conectar con la emoción que necesitamos expresar: llorar, gritar, liberar.

Vivir desde el cuerpo en lo cotidiano

Por todo esto, te invito a añadir el cuerpo a tu vida diaria. No hablo solo de deporte —que no está mal—, pero el deporte es una práctica puntual que muchas veces dirige al cuerpo hacia el rendimiento y la superación de límites.

Hablo de mirarte como cuerpo vivo, con ritmos biológicos propios, con un tempo emocional, con necesidades de movimiento y de quietud.

Algunas prácticas para reconectar con tu cuerpo

  1. Cuando te sientas mal (esa palabra tan genérica e inespecífica), pregunta en qué parte de tu cuerpo sientes ese malestar.
  2. Crea momentos en el día para preguntarte: “¿Cómo cuerpo, cómo estoy?”
  3. En distintos momentos de tu rutina diaria, detente y observa tu postura.
  4. Regálate momentos de expresión corporal (con o sin música, porque el silencio tiene su propia melodía).
  5. Revisa cómo has enfermado en los últimos años. Ahí están tus alertas corporales.
  6. Introduce estiramientos conscientes en tu rutina, especialmente si notas rigidez, combinando el movimiento con la respiración.

Hasta aquí este artículo, donde he querido compartir el conocimiento que nutre mi práctica y también mi vida cotidiana.

Al final, todo se resume en el título del principio:
Vivir desde el cuerpo.

Te deseo lo mejor en este camino.

Miguel Luna Ruiz

Psicólogo General Sanitario

Col. No. 12278